El 3 de junio de 2015, una multitud tomó las calles de todo el país para gritar algo que parecía simple, pero que era (y sigue siendo) vital: “Ni una menos”. Ese día, una movilización espontánea y poderosa marcó un antes y un después en la historia argentina. Porque no se trataba solo de una marcha. Era un grito colectivo contra la violencia machista. Una exigencia urgente. Un basta.

Hoy, 10 años después, ese grito sigue resonando. Pero también sigue doliendo. Desde aquel 3 de junio hasta mayo de 2025, 2.827 mujeres fueron asesinadas en nuestro país por razones de género, según el Observatorio “Ahora Que Sí Nos Ven”.

Detrás de ese número hay nombres. Historias. Futuro truncado. Infancias sin madre. Familias rotas. Dolor que no se termina. No eran números. Eran Lucía, Carla, Daiana, Micaela, Gisela, Agostina… Eran amigas, hermanas, madres, vecinas. Mujeres que querían vivir.

Y aunque algo cambió —más visibilidad, más denuncias, más redes de apoyo—, el problema persiste. La violencia sigue presente en los hogares, en las calles, en las instituciones. El femicidio es solo la punta más brutal de una estructura que sigue siendo desigual.

Para entenderlo mejor, pensemos en el iceberg de la violencia de género. En la superficie vemos lo más grave: asesinatos, violaciones, agresiones físicas. Pero debajo del agua, en lo que muchas veces se naturaliza o minimiza, hay una base inmensa que sostiene esa violencia extrema: el control, los micromachismos, la desvalorización, el humor sexista, la invisibilización, el chantaje emocional, el lenguaje discriminador. Todo eso también es violencia. Y todo eso también mata.

Desde nuestra organización, nos sumamos al recuerdo, al duelo y al compromiso. Acompañamos a quienes luchan todos los días. Escuchamos. Comunicamos. Porque creemos que no alcanza con marchar una vez al año. Porque creemos que la prevención también es un acto de cuidado colectivo.

Ni una menos no es solo una consigna. Es un llamado a transformar la realidad. Ni una más es el compromiso que renovamos cada día.