El concepto de una buena alimentación evolucionó. Ya no se trata sólo de contar calorías o asegurar ciertos nutrientes. Hoy, la calidad y la variedad de los alimentos son la clave para una buena salud y el tratamiento de muchas enfermedades. Sin embargo, en Argentina y otros países occidentales, nuestra dieta tiende a ser deficiente.

La dieta occidental: un hábito poco favorable.

Si nos detenemos en la alimentación típica de nuestro país, veremos un tipo de dieta con exceso de calorías que provienen, en su mayoría, de alimentos ultraprocesados (intervenidos por la industria), grasas saturadas y azúcares refinados. Este patrón se combina con un estilo de vida sedentario, pocas horas de sueño, estrés, tabaquismo, consumo de alcohol y baja exposición al sol. Además, nuestra cultura no promueve el consumo de una gran variedad de vegetales ni de fibra, y las proteínas que ingerimos son preferentemente de origen animal.

Todo esto favorece un estado de inflamación crónica y sistémica de nuestro organismo, lo que abre la puerta a enfermedades crónicas, asociadas al sobrepeso, la obesidad, problemas cardiovasculares, dislipemias, diabetes, resistencia a la insulina y diversos trastornos intestinales, incluyendo cáncer de colon.

La microbiota intestinal: el ecosistema de nuestro cuerpo

Aquí es donde entra un concepto fundamental: la microbiota intestinal. A lo largo de nuestro sistema digestivo habita una inmensa cantidad de microorganismos. Su composición es única en cada persona y se moldea desde el nacimiento, influenciada por el tipo de parto, la lactancia, factores ambientales, el uso de antibióticos y, sobre todo, la dieta.

Estos microorganismos no solo se encargan de obtener energía, vitaminas y nutrientes de lo que comemos, sino que también juegan un papel crucial en nuestra salud en general, desde la inmunidad hasta el estado de ánimo. Para que funcionen plenamente, es vital que se mantengan en equilibrio.

Lamentablemente, la dieta occidental perjudica a los microorganismos beneficiosos y fomenta el crecimiento de aquellos que causan inflamación. El resultado es un ecosistema empobrecido y vulnerable, lo que contribuye directamente a las enfermedades crónicas mencionadas. A este desequilibrio lo llamamos disbiosis, una condición que se asocia a trastornos digestivos, obesidad, alergias y, en algunos casos, incluso enfermedades neurodegenerativas.

La solución: un cambio de hábitos permanente

Tratamientos como los de SIBO (un sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado) suelen incluir antibióticos y dietas restrictivas para aliviar los síntomas. Sin embargo, estos cuadros pueden repetirse si el paciente vuelve a sus viejos hábitos. La clave para que el problema no reaparezca reside en un cambio de hábitos sostenido en el tiempo.

Una microbiota sana se caracteriza por su diversidad. Un ecosistema intestinal rico y equilibrado es más resistente y eficiente. ¿Cómo lograrlo?

  • Variá tu alimentación: Priorizá vegetales, frutas y alimentos ricos en fibra.
  • Incorporá alimentos fermentados: Alimentos como el yogur, el kéfir, el chucrut y la kombucha contienen microorganismos vivos que favorecen la diversidad de tu microbiota.
  • Consumí prebióticos: Son la fibra que sirve de alimento para las bacterias beneficiosas: avena, las legumbres, la cebolla y el ajo, entre otras.
  • Reducí los ultraprocesados: Disminuí el consumo de grasas saturadas y azúcares.
  • Adoptá un estilo de vida saludable: Hacé ejercicio con regularidad, buscá estrategias o ayuda para el manejo del estrés, dormí lo suficiente y evitá los antibióticos innecesarios.

Al trabajar a diario en el equilibrio de nuestra microbiota, estamos invirtiendo en una mejor calidad de vida, tanto para el presente como para el futuro.